No me da tiempo ni a dejar el maletín sobre la cama al llegar a casa cuando veo, de pura casualidad, que mi móvil está recibiendo una llamada. Lógicamente, está en silencio porque estaba en clase y todavía no lo había puesto en sonido. El número es desconocido y frunzo la nariz porque en los últimos días me han llamado de propaganda muchas veces. Sin embargo, por lo que sea, decido cogerlo cuando ya lleva unos segundos sonando. Una ligera intuición de esas que no sabes muy bien por qué te dan pero que, luego, agradeces. No tardan en decirme cuál es la razón de la llamada: he ganado el primer premio del certamen de cuentos que se celebra en mi pueblo a nivel comarcal. 

Esta llamada ocurrió un poco antes de Semana Santa y el premio no fue oficial hasta el Día del Libro de este año, con una pequeña gala de entrega de premios y lectura de los relatos ganadores. El certamen ya tiene cierta solera en mi zona porque esta era la XXXVI edición y cada año va creciendo más y más, y, sin duda, esta ha sido mi gala favorita. Ya me había presentado en otras ocasiones a este certamen. Lo hice una vez de pequeña con mi primer relato/cuento acabado, La fuente de Magnesia, y, luego, en Bachillerato gané también el primer premio de mi categoría con Ojos verdes. Exactamente, el certamen tiene diversas categorías distribuidas por edad y esta vez he ganado ya la de adultos. Participé también el año pasado ya en esta categoría sin éxito alguno.

Este año envié el relato porque no quería perder la oportunidad y porque me lo había prometido a mí misma, pero, sinceramente, no confiaba demasiado en el relato porque había salido rápido, es de un género que yo no suelo tocar y bastante cortito para lo que suelo escribir. Sin embargo, así está: premiado. A día de hoy, todavía me resulta un poco chocante y después de las emociones de la recogida de premios y las felicitaciones que vinieron después todavía estoy un poco impresionada. Releyendo el relato no parece tan malo como me lo parecía el día que lo envíe. El síndrome del impostor, como he leído que le llaman, ataca muy a menudo. Y las críticas que he ido recibiendo de la gente me han provocado más de una sonrisa porque, al final, han visto lo que yo quería que se viese con el relato: sensaciones.

Memorias es un cuento sobre esa figura que idolatramos de pequeños, esa figura que, al final, se convierte en un punto de agarre cuando nos hacemos grandes, en una verdad propia. Recuerdo escribirlo muy rápido, en un par de noches. Sabía desde el principio lo que quería escribir y la idea que quería transmitir. Tenía muy claro qué quería esta vez, aunque casi me pillase el toro. Y lo mejor, sin duda, ha sido la alegría de ganar este premio al que le tengo tanto cariño. Es un certamen que he seguido desde que era niña, desde que supe que quería vivir escribiendo y haber ganado ahora la categoría más alta me da mucha calidez en el corazón.

La gala de este año fue preciosa. El entusiasmo de los premiados más pequeños y la sabiduría y sensibilidad de los premiados adolescentes me deslumbró. Me lo pasé pipa y, cómo no, la líe cuando me tocó salir a leer y presentar mi relato porque derramé mi vaso de agua encima de la fotocopia del relato que me habían preparado. Gajes del oficio y fallos del directo. Seguro que en la tele local se rieron un rato. Sin duda, un recuerdo que me llevaré para mucho tiempo y, de alguna manera, me parece muy bonito que ahora que he decidido ponerme en serio con esto de la escritura, el primer premio me lo hayan dado en casa.